Ella suspiró que quería mas tiempo para pensar sobre lo que había hecho, asi que empacó su abrigo y decidió ir al norte, donde nadie la conocía, donde no tenía familia, donde podía empezar desde cero. Pero aunque podía cargar la pesada maleta donde estaba su esperanza y su ropa ejecutiva, el rojo y el azul entraba por la grieta que dejaba la cortina de la ventana.
Estaba sobria, pero parecía sedada, con los ojos como vidrio, ignorando su alrededor como si de una casa vacía se tratara. Girando el picaporte ya tenía bocas de metal hacía ella, esperando darle su último beso si se mostraba hostil a su amor. El sol opaco de ese día no la hizo sudar, salió a la calle pero no miró a ninguna dirección, solo al auto de su ex-pareja, esa sucia chatarra que ella criticaba porque la hacía quedar mal cada vez que la llevaban al trabajo, el camino era corto, pero daba pasos largos, parecía que estaba huyendo de algo.
Le pidieron que se detuviera, que pusiera la maleta en el suelo y levantara las manos, pero para ella no habían voces cercanas; la maleta se abrió, sus fachas se dispersaron en la verde grama, se detuvo, puso sus rodillas en el suelo y trató de recogerlas, en ese momento le piden nuevamente que levantara las manos, ella escuchó pero no reaccionó, ni siquiera sus ojos dejaron de prestarle atención a toda la ropa que se cayó. Debajo de una camisa blanca, al lado del pantalón apretado que su ex-pareja disfrutaba en casa, había un arma que se había caído, la miró y tragó profundo, su mano empezó a temblar delicadamente mientras los oficiales se percatan del objeto y le daban una última advertencia, ella no quería ser encerrada, quería ser libre, ir al norte, sabía que no era una mala persona, pagaba sus impuestos, nunca robó, quería arreglar ese error que llamaba vida, asi que aun de rodillas apuntó hacia su boleto a la libertad, y acertó, y viajó hacia ella, con una blusa manchada en rojo, frente a la casa donde su ex-pareja yacía muerto.
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