En el jardín de la selva de cemento, donde la brisa lleva el poder del despecho y la dicha del momento, rodean paredes tontas que limitan mi vista al cielo. Es como una jaula inanimada entrenada para matarme, para luego encender una vela por compromiso con la tierra, a la que las aves le cantan y las estrellas alumbran.
Las miradas grises, posesión de personas capaces de fingir una sonrisa y esperar su muerte como todos los demás sin pena ni gloria, porque dicen que nada importa, que es la ley de la vida; te lo crees y lo haces parte de ti hasta que no puedas respirar el aire puro que te espera del otro lado de la montaña. La curiosidad muere cuando el conformismo es la rutina, si viniste, termina de llegar.
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