La conocí un verano, era maravillosa e inocente, o al menos eso aparentaba. Me gustaba por la sencillez que proyectaba, pero con el paso del tiempo esa misma sencillez que me atraía hacía que volteara la mirada hacia otro extremo del lugar donde estábamos. Nunca hubo copas, ni reuniones, ni sorpresas, todo fue ameno, y como ella: sencillo; quizá pedía demasiado, era una humilde chica de la ciudad que disfrutaba de la diversión con sus amigos y música popular, pero no vi pasión en sus ojos, no vi un "vete al demonio" a la vida mientras le sacaba el dedo, no vi emoción, no vi el reto de cruzar el atlántico por ella. Hasta que perecí en la monotonía del "me gustas" como motor de los besos y perdí el interés por algo a largo plazo. Nunca creí que pasaría, pues al conocerla veía algo que no existía y casi me enamoro de algo creado en mi mente. Lucy era su nombre, y junto a Estella eran dos mundos distintos que atravesaron mi órbita inestable por un corto tiempo. No me gustaba hacerlas llorar, ni que pensaran que estaban mal, trate de encargarme de sus sonrisas y de colocar risas en el aire mientras estábamos juntos.
Estella era de otro lado del pueblo, hacía locuras, lo ilegal era legal en su mundo, escuchaba voces en las noches, lloraba por odiarse y vomitaba en las aceras del viejo Londres sin interés alguno en las consecuencias que llevaron a su cuerpo a inclinarse y rechazar el alcohol. La conocí tiempo después de Lucy, y su atracción por mi fue difícil de ignorar, asi que la traje a casa y le serví unas copas, ella quemó un cigarro en su muñeca y me pidió que la devorara en la alfombra. No esperaba tanta aceptación a este desempleado inmerso en deudas y tragedias en el subconsciente, ni tampoco ganas de sentirme dentro de ella, pero obedecí.
No se que pasó, ya estaba en otro mundo, conocí nuevos licores, nuevo sitios, nuevas palabras, nuevas formas de ver el mundo, y aunque sabía que quemaría en el infierno por pecador y hereje, podía saborear el lujo de contar con una experiencia interesante en esta patética vida mía, pues, solo se vive una vez, ¿no?
Madame Flora me obsequió una moneda el dia que fui a visitarla por una visión de mi futuro casi exacta, solo que en vez de dos mundos mencionó dos cabras que correrían por mi abdomen hasta enterrarme en el pasto y luego comer mis ojos para que no viera como les extraían la leche. Me dijo que, a la salida del pueblo, cruzando un viejo roble en forma de Y, yacía un arrollo limpio de basura, y que, cuando uno de los mundos (o cabras según ella) desapareciera del panorama de mi cielo, yo lanzara la moneda en aquel arrollo, y me fijara como la moneda, por encima de las piedras del fondo y demás obstáculos, andaba normal en el flujo del agua hasta el río grande. Todo seguirá su rumbo una vez que entra a la corriente de la vida.
Las velas del pueblo se apagaban mientras mi deseo por estar solo se encendía, y no quedaba nada para mi en las calles húmedas de piedra. Y así, una noche cualquiera, bajo el efecto de la luna avergonzada detrás de nubes negras, le dije adiós a ambas diciéndoles la verdad, la verdad de la mentira, el engaño, y partí. Posteriormente caería allí, solo, sin nadie a mi alrededor mas que el fuego de mi chimenea apagándose. Ni Lucy's...ni Estella's...solo yo, afrontando el hecho de que tarde o temprano, una de ellas estaría feliz de que este puñal atravesó mi abdomen con éxito, provocando que manchara la alfombra en la cual tuve a ambas, asi como estoy en este instante, con un placer justo.